Hola a tod@s.
Sin lugar a dudas, de entre los espectáculos naturales más impresionantes que he tenido la suerte de vivir durante mi viaje a Quintanilla del Agua, ocupan sitio de preferencia, mis encuentros con el viejo pueblo de los buitres.
Burgos es tierra de buitres, a diario solíamos verlos vigilando y decorando los cielos de Castilla con sus heráldicas siluetas. Su número es tan elevado que podríamos caer en el error, de no dar importancia a unos animales tan imponentes.
El viejo pueblo de los buitres que siempre ha estado ahí, que ya desde épocas pretéritas se alimentaban con los restos que los grandes predadores como los lobos, dejaban tras habatir algún gran ungulado. Seguramente también daban buena cuenta de los despojos que generaban nuestros antepasados del paleolítico tras alguna de sus grandes cacerías.
Más tarde cuando el hombre cazador y recolector se transformó en agricultor y ganadero, también se darían más de un festín a costa de los cadáveres de las reses que formaban parte de la cabaña ganadera de los hombres del neolítico.
Ejemplo vivo de desarrollo sostenible, se han convertido en los basureros de nuestros campos, en la policía sanitaria de nuestros montes, en el último pero importantísimo eslabón de la pirámide ecológica.
Quien haya tenido la suerte de asistir a uno de sus banquetes, habrá cosechado tal cantidad de sensaciones que probablemente no lo olvidará jamás.
Los buitres punteros o prospectores, escudriñan los cielos cabalgando de térmica en térmica, se dejan mecer por las corrientes de aire ascendente en pos de los cadáveres que les servirán de sustento. Giran y giran hasta que uno de ellos a través de su vista poderosa descubre a los cuervos o a las urracas que se mueven en torno al animal muerto. No localizan los cadáveres de olfato, como mucha gente piensa, ya que los buitres son practicamente anósmicos, no huelen, de lo contrario no serían capaces de introducir sus cabezas en las reses en avanzado estado de descomposición y cuyo hedor llega a ser insoportable. Es efectivamente la vista quien los conduce hasta la pitanza.
El primer buitre en descubrir la carroña, deja de volar en circulo y se dirige hacia ella en linea recta, dando de esta manera la voz de alarma al que está a su lado y provocando una reacción en cadena que llegará hasta el corazón mismo de la colonia.
Es un espectáculo sin parangón, uno tras otro, inexorablemente, el viejo pueblo de los buitres como desde hace milenios sigue acudiendo a su casi eterna ya, cita con la muerte. Despliegan su tren de aterrizaje y van cayendo desde el cielo como en comando, para ir tomando posiciones junto al animal muerto. En unos instantes dará comienzo el banquete.
Una vez en las inmediaciones del cadáver, permanecen espectantes, inquietos, como a la espera de algún viejo ejemplar que les diga que allí se puede comer con total tranquilidad. También hace su entrada el todo poderoso Buitre Negro, que con sus tres metros de envergadura, desplaza a los leonados que le rodean y no tarda en hacerse con un sitio de honor en el festín.
Cuando dicho ejemplar al que todos esperan, hace acto de presencia,( y ahora gracias a los estudios etológicos que se han hecho sobre la especie se ha podido comprobar que el primero en iniciar la pitanza no es uno de entre los buitres de mayor edad de su comunidad, sino que probablemente sea el que más tiempo lleve sin comer, el más hambriento.) tiene lugar por su parte, toda una suerte de gestos, posturas , sonidos, un extraño ritual con el que parece querer establecer su dominancia sobre el resto de sus congéneres.
El buitre dominante, cual si fuera un luchador de sumo, se aproxima al cuerpo inerte de la res. Estira el cuello, abre las alas y levanta sus garras como queriendo ejercer su supremacía sobre el cadáver.
Cuando por fin se decide a comer, da el pistoletazo de salida al resto de la comunidad buiturina, que se lanza con una agresividad desmedida, hundiendo sus picos inmisericordes en la carne putrefacta ya, de la res muerta. Primero comienzan a comer por las partes más blandas y si el cadáver es reciente y por lo tanto mucho más duro, lo harán por sus orificios naturales como la boca o el ano.
Comen con tanta ansiedad y avidez que transforman el cuerpo sin vida del animal en un amasijo de piel y huesos, en un espacio de tiempo tan breve, que me hubiese resultado difícil de creer, de no haberlo visto con mis propios ojos.
Acabado el festín, las caras ensangrentadas de algunos ejemplares, denotan aquellos individuos que se han alimentado con mayor profusidad. No falta también el joven e inexperto pollo del año, que seguramente debido a su inmadurez no ha tenido tanta suerte. Cuando se retiran las grandes necrófagas, el astuto Cuervo carnicero aprovechará para llevarse en el pico su pequeña parte del botín.
Una vez se da por concluido el gran banquete, unos buitres se marchan, otros permanecen haciendo la digestión en las inmediaciones de la carroñada y algunos, en lo que me gustaría pensar es una ancestral oración al Dios Sol, abren sus alas hacia él como postrándose, como dándole gracias por haberles permitido sobrevivir un día más en la hostil y selectora naturaleza.
Cuando el resto de los buitres ya se ha marchado, vuelve el silencio y una grácil e inquieta Tarabilla Norteña viene a poner el adecuado contrapunto posándose sobre los últimos restos de lo que fue un animal viviente.
Para terminar me gustaría mostraros una imagen que creo que describe a la perfección las dos caras de la moneda. Una imagen que al igual que muchas de las de esta serie, quizas tenga visos de cruenta, pero que es tan real y natural como la vida misma. Que a nadie se le olvide que para que haya muerte es imprescindible que primero haya habido vida. Y que para muchos animales como nuestros buitres, para que siga existiendo vida primero ha de haber muerte.
Esta entrada me gustaría dedicársela con todo mi cariño al gran Manuel Mata (Lolo), el amigo de los buitres, ya que sin su concurso y su trabajo de campo previo, las imágenes que ilustran este post muy dificilmente hubiesen podido realizarse. Gracias amigo mio, tu esfuerzo y dedicación para con estas formidables criaturas no tiene precio.
Una vez en las inmediaciones del cadáver, permanecen espectantes, inquietos, como a la espera de algún viejo ejemplar que les diga que allí se puede comer con total tranquilidad. También hace su entrada el todo poderoso Buitre Negro, que con sus tres metros de envergadura, desplaza a los leonados que le rodean y no tarda en hacerse con un sitio de honor en el festín.
Cuando dicho ejemplar al que todos esperan, hace acto de presencia,( y ahora gracias a los estudios etológicos que se han hecho sobre la especie se ha podido comprobar que el primero en iniciar la pitanza no es uno de entre los buitres de mayor edad de su comunidad, sino que probablemente sea el que más tiempo lleve sin comer, el más hambriento.) tiene lugar por su parte, toda una suerte de gestos, posturas , sonidos, un extraño ritual con el que parece querer establecer su dominancia sobre el resto de sus congéneres.
El buitre dominante, cual si fuera un luchador de sumo, se aproxima al cuerpo inerte de la res. Estira el cuello, abre las alas y levanta sus garras como queriendo ejercer su supremacía sobre el cadáver.
Cuando por fin se decide a comer, da el pistoletazo de salida al resto de la comunidad buiturina, que se lanza con una agresividad desmedida, hundiendo sus picos inmisericordes en la carne putrefacta ya, de la res muerta. Primero comienzan a comer por las partes más blandas y si el cadáver es reciente y por lo tanto mucho más duro, lo harán por sus orificios naturales como la boca o el ano.
Comen con tanta ansiedad y avidez que transforman el cuerpo sin vida del animal en un amasijo de piel y huesos, en un espacio de tiempo tan breve, que me hubiese resultado difícil de creer, de no haberlo visto con mis propios ojos.
Acabado el festín, las caras ensangrentadas de algunos ejemplares, denotan aquellos individuos que se han alimentado con mayor profusidad. No falta también el joven e inexperto pollo del año, que seguramente debido a su inmadurez no ha tenido tanta suerte. Cuando se retiran las grandes necrófagas, el astuto Cuervo carnicero aprovechará para llevarse en el pico su pequeña parte del botín.
Joven Buitre |
Una vez se da por concluido el gran banquete, unos buitres se marchan, otros permanecen haciendo la digestión en las inmediaciones de la carroñada y algunos, en lo que me gustaría pensar es una ancestral oración al Dios Sol, abren sus alas hacia él como postrándose, como dándole gracias por haberles permitido sobrevivir un día más en la hostil y selectora naturaleza.
Cuando el resto de los buitres ya se ha marchado, vuelve el silencio y una grácil e inquieta Tarabilla Norteña viene a poner el adecuado contrapunto posándose sobre los últimos restos de lo que fue un animal viviente.
Para terminar me gustaría mostraros una imagen que creo que describe a la perfección las dos caras de la moneda. Una imagen que al igual que muchas de las de esta serie, quizas tenga visos de cruenta, pero que es tan real y natural como la vida misma. Que a nadie se le olvide que para que haya muerte es imprescindible que primero haya habido vida. Y que para muchos animales como nuestros buitres, para que siga existiendo vida primero ha de haber muerte.
Esta entrada me gustaría dedicársela con todo mi cariño al gran Manuel Mata (Lolo), el amigo de los buitres, ya que sin su concurso y su trabajo de campo previo, las imágenes que ilustran este post muy dificilmente hubiesen podido realizarse. Gracias amigo mio, tu esfuerzo y dedicación para con estas formidables criaturas no tiene precio.
Imágenes realizadas en el muladar de Mecerreyes muy cerquita de Quintanilla del Agua(Burgos)