Hola a tod@s.
No hay nada tan gratificante para mí, como darme un paseo por el campo tras las primeras lluvias del mes de octubre. Caminando por él, muchas son las señales que me hablan de que ya terminó el verano y dio comienzo el otoño. Quizás me lo dijo el color broncilineo que están adoptando ya las hojas del quejigo, quizás fuese el canto furtivo del Petirrojo que se oculta tras la espesura del matorral, o tal vez, las incipientes setas que parecen asomar con miedo a la vera del viejo tronco hueco. Quizás me lo dijo, las formaciones de aves viajeras que surcan esos días nuestros cielos. Señales inequívocas que nos anuncian que ya ha tenido lugar el cambio de estación.
Sin embargo, para mí el otoño no comienza realmente hasta que no oigo retumbar el cielo con los incesantes trompeteos de las grullas. Ya están aquí las grullas... Ya han vuelto para decorar nuestras dehesas con su estampa mítica. Han regresado una vez más por estos pagos, como vienen haciéndolo desde hace milenios. Exhaustas, tras terminar el gran viaje, la fantástica odisea, la peligrosa singladura que emprenden cada año para buscar los tibios temples de Extremadura. Descienden una vez más desde la tundra y la taiga natal hacia su tierra prometida, los hermosos y fecundos encinares extremeños.
Sus escuadras viajeras hicieron levantar la mirada al labriego castellano que con alegría gritó: "¡¡¡ YA ESTÁN AQUÍ LAS GRULLAS!!!". Que hermosas son las grullas, que porte esbelto de grandes damas grises, que trompeteo incesante, atronador, mágico.
La montanera ha dado comienzo. Las grandes encinas repletas de bellotas son un verdadero maná para estas aves, que cada año regresan para pasar entre nosotros la estación fría. Con sus elegantes andares, deambulan de un lado a otro del encinar en busca de las bellotas, los bulbos y los pequeños animalillos que les servirán para reponer las calorías perdidas durante la gran migración.
Se cumplió como cada año la promesa que hacen cuando se van, la promesa que no es otra que la del retorno. Para muchas es su primer viaje, pero para otras, será uno de tantos otros de los que realizó en sus diecisiete, dieciocho o quizás, veinte años de vida. Y cada año el mismo imperativo, el mismo instinto migrador que las hace cruzar Europa dos veces al año, en uno de los viajes más increíbles que el hombre conoció.
Respeto para ellas. Respeto a esas dehesas que cada año las acogen dándoles el sustento que necesitan para pasar el invierno. Cada vez son más los peligros, cada vez son más sus enemigos, pero ellas siguen luchando, para año tras año seguir deleitándonos con uno de los espectáculos naturales más impresionantes que se pueden ver hoy día en nuestros campos. Las entradas y salidas diarias a sus dormideros comunales.
Las más esperadas, las esbeltas damas grises, las formidables viajeras que estoy seguro que harán nuestras delicias, durante los meses que pasen en nuestra región. Extremadura pasa por ser el principal núcleo de invernada de estas fantásticas aves en nuestro país. Gran responsabilidad la nuestra, seamos merecedores de tan enorme privilegio. Cuidemos este tesoro, para que año tras año podamos contar a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos que nosotros también fuimos testigos de la gran migración, de la extraordinaria singladura, del regreso de nuestras grullas.
Me gustaría dedicar esta entrada, con todo mi afecto, al Grullero Mayor, Manuel Gómez Calzado. Gracias por tu encomiable labor para con estas formidables criaturas.
Cientos de grullas con su coro atronador, inundan la atmósfera pura del amanecer. El complejo Lagunar de la Albuera vuelve a acoger a las incansables viajeras, a las elegantes damas grises que con sus incesantes trompeteos vuelven a llenar de vida nuestros campos.
¡¡¡ Larga vida a las grullas!!!