Hola a tod@s.
Siempre que recuerdo mis experiencias con las aves cuando era niño, no puedo evitar pensar en una pequeña avecilla que me hizo pasar muy buenos ratos. Allá por los años de mi infancia, cuando uno no disponía de todo el arsenal óptico que tenemos hoy en día, teníamos que salir a campear completamente, "a pelo". Nuestra gran afición y nuestros propios ojos, eran las únicas herramientas de las que disponiamos, para poder observar a los pájaros.
Cuando llegaban los meses otoñales, muchas eran las aves que se podían ver por el terruño. Recuerdo con mucha nostalgia aquella infancia de niño despreocupado, que pasaba largas horas todas las tardes con sus amigos, recorriendo los campos en busca de aves y de mil y una aventuras.
Por el mes de noviembre, solíamos acercarnos a los campos, a contemplar a los hombres que se encontraban preparando la tierra para las labores de la siembra. Si teníamos oportunidad, nos ocultábamos tras la linde, para espiar como el viejo tractor, uno de los pocos que había por aquel entonces, ya que lo que predominaban eran las bestias de labor, aventraba la tierra. Las rejas del arado abrían inexorablemente el suelo, sacando a la superficie multitud de animalillos que gustaban de vivir bajo tierra. Lombrices, caracolillos, musarañas y ratoncillos... todo un sin fin de pequeños animales, que venían ha hacer las delicias de un buen numero de aves, que se congregaban tras el apero esperando su oportunidad para llevarse al pico, lo que el hombre con su acción de remover la tierra, les estaba ofreciendo.
No faltaban las garcillas bueyeras que se concentraban en buen numero tras la maquinaria. Desde el cielo, el vuelo cernido del Cernícalo común, le servía para descubrir al pequeño ratoncillo que huía despavorido y que venía a sucumbir bajo las garras del pequeño falcónido. Pero entre todas las aves que llegaban hasta aquella parcela del campo, para disfrutar de aquel "maná" que el hombre involuntariamente les ofrecía, se encontraba una pequeña avecilla que era la preferida de aquel grupo de amigos, entusiastas de todo lo vivo.
La Lavandera blanca, que en masa se habatían tras el arado, para "recolectar" cuanto gusanillo o pequeño insecto cayese a su paso. Subían y bajaban de los terrones, con un nerviosismo que resultaba simpático. A veces, enfrascadas en la búsqueda de alimento, llegaban a acercarse tanto que casi, casi podíamos tocarlas con nuestras pequeñas manos. Cuanto observamos mis amigos y yo a las Lavanderas, cuantas veces las veíamos bañarse en los charcos tras las primeras lluvias del otoño.
Nostalgia, sin duda, nostalgia de unos años en que todo era más puro, en que todo era más limpio, en que los niños, sin tantos lujos y comodidades como hay hoy, sin tanta playstation y sin tantos videojuegos, también sabían pasárselo bien, saliendo al campo, observando a las avecillas que pululaban por doquier, aprendiendo cada día las lecciones de la madre tierra, que nos ayudaban a comprender mejor el mundo en que vivíamos.
No puedo evitar, cada vez que me encuentro con una Lavandera Blanca, sentir nostalgia de lo que fue mi feliz y agreste infancia.
Esta entrada me gustaría dedicársela a mis dos hijos y decirles que debemos de buscar la felicidad en las pequeñas cosas de la vida, en lo sencillo y en lo natural, por que es hay donde reside, lo puro y lo hermoso de nuestra existencia . Os quiero muchísimo hijos.
El depredador y la presa: fijaros como le ha echado el ojo al insecto que vuela frente a ella..... |