Buena gente

martes, 27 de noviembre de 2012

Las lavanderas de mi infancia



Hola a tod@s.

Siempre que recuerdo mis experiencias con las aves cuando era niño, no puedo evitar pensar en una pequeña avecilla que me hizo pasar muy buenos ratos. Allá por los años de mi infancia, cuando uno no disponía de todo el arsenal óptico que tenemos hoy en día,  teníamos que salir a campear completamente, "a pelo". Nuestra gran afición y nuestros propios ojos, eran las únicas herramientas de las que disponiamos, para poder observar a los pájaros.

Cuando llegaban los meses otoñales, muchas eran las aves que se podían ver por el terruño. Recuerdo con mucha nostalgia aquella infancia de niño despreocupado, que pasaba largas horas todas las tardes con sus amigos, recorriendo los campos en busca de aves y de mil y una aventuras.

Por el mes de noviembre, solíamos acercarnos a los campos, a contemplar a los hombres que se encontraban preparando la tierra para las labores de la siembra. Si teníamos oportunidad, nos ocultábamos tras la linde, para espiar como el viejo tractor, uno de los pocos que había por aquel entonces, ya que lo que predominaban eran las bestias de labor, aventraba la tierra. Las rejas del arado abrían inexorablemente el suelo, sacando a la superficie multitud de animalillos que gustaban de vivir bajo tierra. Lombrices, caracolillos, musarañas y ratoncillos... todo un sin fin de pequeños animales, que venían ha hacer las delicias de un buen numero de aves, que se congregaban tras el apero esperando su oportunidad para llevarse al pico, lo que el hombre con su acción de remover la tierra, les estaba ofreciendo.

No faltaban las garcillas bueyeras que se concentraban en buen numero tras la maquinaria. Desde el cielo, el vuelo cernido del Cernícalo común, le servía para descubrir al pequeño ratoncillo que huía despavorido y que venía a sucumbir bajo las garras del pequeño falcónido. Pero entre todas las aves que llegaban hasta aquella parcela del campo, para disfrutar de aquel "maná" que el hombre involuntariamente les ofrecía, se encontraba una pequeña avecilla que era la preferida de aquel grupo de amigos, entusiastas de todo lo vivo.

La Lavandera blanca, que en masa se habatían tras el arado, para "recolectar" cuanto gusanillo o pequeño insecto cayese a su paso. Subían y bajaban de los terrones, con un nerviosismo que resultaba simpático. A veces, enfrascadas en la búsqueda de alimento, llegaban a acercarse tanto que casi, casi podíamos tocarlas con nuestras pequeñas manos. Cuanto observamos mis amigos y yo a las Lavanderas, cuantas veces las veíamos bañarse en los charcos tras las primeras lluvias del otoño.

Nostalgia, sin duda, nostalgia de unos años en que todo era más puro, en que todo era más limpio, en que los niños, sin tantos lujos y comodidades como hay hoy, sin tanta playstation y sin tantos videojuegos, también sabían pasárselo bien, saliendo al campo, observando a las avecillas que pululaban por doquier, aprendiendo cada día las lecciones de la madre tierra, que nos ayudaban a comprender mejor el mundo en que vivíamos. 

No puedo evitar, cada vez que me encuentro con una Lavandera Blanca, sentir nostalgia de lo que fue mi feliz y agreste infancia.

Esta entrada me gustaría dedicársela a mis dos hijos y decirles que debemos de buscar la felicidad en las pequeñas cosas de la vida, en lo sencillo y en lo natural, por que es hay donde reside, lo puro y lo hermoso de nuestra existencia . Os quiero muchísimo hijos.

























El depredador y la presa: fijaros como le ha echado el ojo al insecto que vuela frente a ella.....




 




















martes, 20 de noviembre de 2012

Añoranzas



Hola a tod@s.

Hace unos días, paseaba junto a mi familia por las calles de mi pueblo, cuando llegamos a los pies de nuestra hermosa e impresionante iglesia, que cual fiel centinela pétreo, parecía vigilar desde las alturas, todos y cada uno de los movimientos de mis buenos vecinos.

Con las últimas luces del atardecer, sus viejas paredes de piedra y granito, cambiaban completamente. Lucían con un bello tono dorado, que le daba el aspecto de los antíguos castillos medievales. En sus deteriorados canales, destinados a dar salida al agua que recoge la techumbre, un hermoso estornino, con el plumaje del pecho totalmente erizado, como orgulloso, daba todo un recital de canto, mientras la pareja de cigüeñas, que este año han sido mucho más madrugadoras a la hora de retornar al nido, se acicalaban con toda calma sobre el viejo y altivo campanario. Las palomas bravías, no dejaban de arrullar, mientras se entregaban a sus entradas y salidas en los huecos de la inmensa pared.

Sin embargo, yo miraba al cielo y añoraba. Añoraba la silueta de unos seres que unos meses atrás, decoraban los cielos de mi tierra. Decoraban los salientes del torreón, el alféizar de las ventanas, y que ahora cuando miraba yo con nostalgia hacia todos estos lugares, lo único que podía observar, era algún pequeño gorrión que tomaba los últimos rayos de sol del atardecer. Añoraba a los pequeños halcones urbanos, que cada tarde se cernían sobre los aledaños del antiguo y portentoso edificio. Añoraba yo, a los primillas.

Que buenos ratos pasé con los primillas. Cuantas horas disfrutando de sus espectaculares vuelos, de sus acrobáticos picados, mientras entraban y salían de los huecos de la pared donde tenían instalados sus nidos.

Añoraba aquellas mañanas de abril, cuando aquellos madrileños recibían junto a mí, las primeras luces de la mañana, a la espera de poder compartir unos instantes con estas bellas criaturas. Añoraba la profundidad de aquellos oscuros ojos, mientras los observaba atraves del telescopio de mis queridos amigos, a la par que compartía con ellos momentos de pasión y de amistad.

Recordaba cuando ya en el mes de julio, venían una y mil veces con la esquiva presa en sus picos, presas que aportaban las ansiadas proteínas para poder alimentar a las nuevas generaciones, que vendrían a hacer las delicias de tantos y tantos ornitólogos. Recordaba cuando paseaba por los campos cercanos y de cuando en cuando, podía observar a los pollos del año, que exhaustos tras sus primeros vuelos y cubiertos aún de restos de plumón, descansaban posados encima de alguna roca, mientras las últimas luces del día, envolvían con su magia aquellos instantes tan hermosos.

Por donde andarán mis añorados primillas, quizás a la búsqueda de insectos en la gran sabana. Quizás descansando, en la punzante rama de la acacia, mientras debajo, rebaños incontables de ñus, pastan sin descanso, mientras son vigilados por la manada de leones que sestean entre los arbustos.

Añoranzas de unos tiempos y de unas aves, que espero regresen sanas y salvas la próxima primavera, y que vuelvan a decorar con su bella estampa todos y cada uno de los rincones, que conforman los cielos de mi tierra.


















martes, 13 de noviembre de 2012

La pasión turca



Hola a tod@s.

Aún recuerdo muy bien cada instante y cada situación de los que viví aquella tarde. Me encontraba apostado a orillas de una de las muchas charcas que se dispersan por el Terruño. Llevaba ya un par de horas dentro del escondite, del mimético aguardo  que con nuestra afición por adoptar términos ingleses, ha dado en llamarse hide. Más bien tumbinghide ya que me coloqué cuerpo a tierra, con objeto de obtener el mejor punto de vista fotográfico.

Procuraba moverme lo menos posible, mientras la mala postura y el tiempo, iban haciendo mella en mi ya dolorida espalda. Pero aún mantenía la ilusión, una ilusión casi comparable a la que siente un niño, mientras espera su ansiado regalo de reyes. Me gustaba entretenerme pensando con que mágico regalo, me sorprendería la hermosa y bondadosa naturaleza. Poco se movía aquella tarde. Un tímido Andarríos que no dejaba de merodear por las orillas de la charca con su característico vaivén, mientras escudriñaba cada grieta en busca de cualquier animalillo que llevarse al pico.

Las bandadas de estorninos se acercaban en masa para beber y para bañarse, con su típica algaravía que resonaba con fuerza, rompiendo la quietud de aquella calurosa tarde. También hizo acto de presencia la Garza Real, que se limitó a dar un par de pasadas y que no se decidió a bajar, alejándose  por el horizonte. Durante unos segundos, el estridente canto del Martín Pescador, lo delataba mientras sobrevolaba la pequeña charca, cual si fuese un diminuto proyectil de colores azul-turquesa.

Empezaba a caer la tarde, notaba como las gotas de sudor resvalaban por mi espalda, mientras pensaba que todo el calor y todos mis buscados dolores dorsales, habían sido en balde. La tarde empezaba a agonizar y debía de ir pensando en retirarme.

De repente apareció una Tórtola Turca. Al principio no le hice demasiado caso, quizás por el hecho de ser una especie muy común o quizás por el hecho de haberla fotografiado en numerosas ocasiones. El caso es que estaba más centrado en los estorninos que en ella. Hasta que de pronto sucedió. Se me ocurrió enfocarla y al mirar por el visor de mi cámara, quedé totalmente asombrado.

Los últimos rayos de sol, inundaban la superficie de la charca. El mágico reflejo de la luz, convirtió aquella escena, que otras veces habría sido de lo más común, en una escena mágica. No podía apartar la vista del visor. Disparaba y disparaba , mientras poco a poco aquella mágica visión se iba transformando casi sin darme cuenta, en auténtica pasión. Ahora me parecía que jamás había visto una Tórtola tan hermosa. Cada una de sus aterciopeladas plumas, parecía brillar con luz propia. Aquellos ojos color carmesí, me tenían totalmente cautivado. Y yo mientras tanto disparaba y disparaba, como intentando capturar hasta el último de los fotogramas que pudiese, a sabiendas de que aquel mágico instante se escapaba rápidamente entre mis manos. 

En poco tiempo, los rayos del sol fueron desapareciendo mientras el gran astro se ocultaba tras la linea del horizonte. Las sombras de las encinas, cada vez más alargadas, se adueñaban por completo del lugar. Que rápido pasaron aquellos minutos, que lástima que aquellos instantes no hubiesen durado horas. Unos mágicos instantes en que no sentí el calor, en que no sentí el sudor, en que no sentí mi maltrecha espalda. Unos instantes en que solo sentí pasión. Pasión Turca.

Para ti Asun, para la persona que un día cuando los últimos rayos de luz desaparecían, mientras se reflejaban en cada uno de sus hermosos cabellos, me hizo no sentir nada y sentirlo todo a la vez. Lo mio por ti, también es auténtica pasión. TQ.














martes, 6 de noviembre de 2012

El retorno de la Bisbita



Hola a tod@s.

Estamos en época de migraciones. Las escuadras de aves viajeras retornan desde el norte, para pasar el invierno en latitudes mucho más cálidas. Las elegantes grullas ya se encuentran entre nosotros, las bandadas de ánsares comunes surcan nuestros cielos dirigiéndose muchas de ellas hacia las marismas del Guadalquivir, hacia Doñana. Todo un ejercito de milanos reales, llegados en su mayoría desde Inglaterra o Irlanda , se han adueñado ya de nuestros campos, y un sin fin de aves migratorias se trasiegan de un lado a otro del continente.

Entre todas ellas, una pequeña avecilla también a regresado ya a Extremadura. Desde el norte de Europa ha llegado a nuestra región tras realizar un increíble viaje, no exento este, de multitud de peligros. En el mes de septiembre, abandonó sus zonas de cría en Finlandia para dirigirse hacia la península ibérica.

Tuvo que luchar contra las adversas condiciones climatológicas para ir adentrándose cada vez más hacia el sur. Luchó contra las copiosas lluvias, contra las fuertes rachas de viento, contra los accidentes orográficos que como las inmensas cadenas montañosas, parecían querer negarle el paso.... Siempre seguir, seguir sin descanso. Realizando la mayor parte del viaje casi siempre de noche. Migración nocturna que le sirvió para librarse del ataque fulminante de los halcones. Siempre el mismo imperativo, seguir, seguir hacia el sur.

Una fría mañana de primeros de noviembre y tras haber perdido a varios de sus compañeros de viaje por el camino, ella consiguió llegar, consiguió retornar a Extremadura. Un año más completó la fantástica singladura. A orillas de una cualquiera de nuestras charcas, arribó aquel amanecer para pasar el invierno entre nosotros.

La incipiente hierba, aún brillaba con el traje de cristal que la noche le concedió. Miles de gotas de rocio que hacían resplandecer el campo, los espacios abiertos, las grandes praderías en las que gusta de habitar nuestra protagonista. La Bisbita pratense o Bisbita común, de nuevo deambulaba por las tierras cálidas de la región Extremeña, se alimentaba de cuanto gusanillo encontraba a su paso, para reponerse cuanto antes del largo viaje. Su cristalina voz llenaba el aire fresco del amanecer. Gritaba a todo el mundo que ya había llegado, que había logrado consumar el extraordinario periplo que emprendió un mes atrás. Gritaba a todo el mundo, que por fin se había cumplido, el retorno de la bisbita.

Dedicado a Ramón Suárez y a Silvia, que al igual que esta simpática avecilla y apesar de que se trunquen algunas veces los planes, acabarán retornando de nuevo a su querida Extremadura. 













Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...